Ética
“Ética”
deriva de la palabra griega ethos. Hay dos significados de “ética” en el lenguaje griego que revelan dos
modos de entender y explicar el comportamiento moral de las personas:
a)Êthos (hqox): significaba “carácter”, “modo de ser”. Este es el
sentido que tiene la palabra “ética” en los poemas de Homero (s. -IX o -IIIV), Iliada
y Odisea.
Según este
modo de entender la ética, el comportamiento moral depende del “carácter” o
“modo de ser” de las personas. El “carácter” o “modo de ser” está determinado
por la herencia (genética o social) y, por tanto, no se puede cambiar. Así,
pues, las normas y los valores morales son inmutables.
b) Posteriormente (s. -V), éthos (eqox) significó
“uso”, “costumbre”, “hábito”. Con este sentido aparece la palabra “ética” en
los escritos de la sofística, de Platón, de Aristóteles... Según esta manera de
entender la ética, el comportamiento moral depende de los hábitos o costumbres.
Los hábitos
o costumbres son producto del acuerdo social y, por tanto, se pueden modificar mediante
nuevos acuerdos sociales. Además como los hábitos o costumbres los aprendemos, necesitamos
de la educación moral para adquirir hábitos de “buen” comportamiento.
Según
una corriente «clásica», la ética tiene como objeto los actos que el ser humano
realiza de modo consciente y libre (es decir, aquellos actos sobre los que
ejerce de algún modo un control racional). No se limita sólo a ver cómo se realizan
esos actos, sino que busca emitir un juicio sobre estos, que permite determinar
si un acto ha sido éticamente bueno o éticamente malo.
Objeto de la Ética.
La Ética es
aquella parte de la filosofía que estudia la moralidad de los actos humanos,
esto es, la propiedad característica de las acciones que proceden de la
libertad humana en orden al fin último. De este modo, los temas clásicos de la Ética
son la naturaleza del bien y del mal, el bien perfecto del hombre o fin último
de todo su obrar, la ordenación del ser o norma objetiva del obrar y el juicio
de la inteligencia que la capta, que miden la adecuación de los actos humanos
con el fin último (ley y conciencia moral respectivamente), las causas
dispositivas del obrar humano (virtudes y vicios), etc.
Como se ha
visto sumariamente en la exposición del contenido de la obra, Sánchez Vázquez
tiene un concepto bien diferente de la moral. Para el autor, la Ética es «la
ciencia que estudia el comportamiento humano (moral) frente a la sociedad» (p.
16), de modo que la relación de los actos humanos a la comunidad, a los
intereses y necesidades del desarrollo social, sería la nota constitutiva de la
moralidad, de la bondad o malicia de una determinada actuación.
La moralidad
aparece no tanto como una propiedad intrínseca del obrar libre ordenado a un
fin, sino más bien como la característica de la conducta del hombre en cuanto
individuo que vive en la sociedad y para la sociedad (cfr. p. 8). Sánchez Vázquez
no concibe la moralidad como relación de los actos al fin último (Dios), sino
como una función social, por lo que afirma que «lo bueno debe buscarse:
primero, en la relación peculiar que existe entre el interés personal y el
interés general; y segundo, en la forma concreta que adopta esta relación de
acuerdo con la estructura social dada» (p. 138). No se puede fijar
universalmente la naturaleza del bien, pues lo bueno es adecuarse en cada
momento a la marcha de la colectividad, a los intereses e imperativos sociales.
Historia de
la Ética
1.- Mitología y Ética.
Muchos estudiantes griegos aprendieron ética al hilo
de la mitología. Todos los relatos con que cuenta la mitología griega son
extraordinariamente aptos para la reflexión ética. Algunos no son precisamente
edificantes, pero la mayoría sirven para extraer muy positivas consideraciones
morales aunque sea por contraste. No está claro el crédito que los maestros de
ética concedían a esos cuentos legendarios, pero para el caso es lo mismo: a la
vez que alimentaban maravillosamente la imaginación y las mentes de sus alumnos
-pocos pero muy influyentes en el futuro-, servían también como meditaciones de
hondo calado humano. Los dioses podían ser interpretados como la
personificación de los más altos deseos humanos, de tal manera que lo que el
hombre deseaba pero no podía lograr, lo conseguían los dioses. A veces esos
mismos dioses favorecían a los pobres y despreocupados humanos y, en otros
casos les entorpecían, cuando no les quitaban completamente el libre albedrío.
En muchas ocasiones pueden verse dioses con sentimientos tan humanos que
delatan por sí mismos quién los ha creado. Pero sirve asimismo para ver con más
claridad hasta donde puede llegar el hombre con su amor o con su odio llevado
al extremo.
Unos cuantos mitos servirán de ejemplo para estudiar
algunas enseñanzas éticas muy claras:
El mito de
Narciso: Narciso
era un joven muy bello que enamorado de sí mismo murió de inanición
contemplándose maravillado en las aguas de un estanque. Viéndose en el espejo
del agua que reflejaba su belleza corporal ya no fue capaz de otra cosa que
seguir mirándose hasta perder a sus amistades, su familia y la propia
vida. Tiresias ya había advertido a sus padres que Narciso tendría una
larga vida si evitaba contemplarse a sí mismo. Aunque el joven Narciso enamoró
a muchas doncellas asombradas de su belleza, no les hizo ningún caso. Una de
ellas, la ninfa Eco, irresistiblemente enamorada de Narciso y viéndose
rechazada por él corrió la misma suerte, pues se dedicó a vagar por las
montañas y, dejando de comer adelgazó tanto que quedó convertida en una voz
capaz de repetir únicamente el final de las palabras que escuchaba. En el lugar
donde murió nació una flor llamada «narciso» que desde entonces recuerda la
belleza del protagonista del mito. El comentario sobre la actualidad de este
mito no puede ser más propio. La abundancia de espejos por todas partes, de
salones de belleza, gimnasios, clínicas de estética corporal etc., prueba la
existencia de múltiples Narcisos y Ecos. Y el final de esas historias actuales también
concuerda con lo narrado por el mito. Lamentablemente existen demasiados
enfermos y enfermas de egoísmo en clínicas de rehabilitación. Anorexia y
bulimia son enfermedades muy graves, como también lo es el mirarse a uno mismo
hasta perder de vista a los demás.
El mito de Prometeo y Pandora: Prometeo
robó a los dioses las semillas de Helios para que los hombres pudieran
alimentarse. Indignado Zeus por este robo ordenó la creación de Pandora, una
mujer adornada de muchas cualidades. Hefesto le dio forma, Atenea le cedió su
ceñidor y la adornó lo que pudo. Las Gracias y la Persuasión le dieron
collares, las Horas le pusieron en su cabeza una corona de flores pero Hermes
puso en su pecho mentiras, un carácter voluble y palabras seductoras. Epimeteo,
hermano de Prometeo aceptó a Pandora enamorándose perdidamente de ella a pesar
de la advertencia que le había dado su hermano de no aceptar regalos de los
dioses. Pandora llevaba con ella una caja sin abrir que contenía todos los
males y desgracias (vejez, enfermedades, vicios, tristeza, pobreza, crimen) que
hasta entonces no existían en el mundo. En un momento dado Pandora abrió la
caja difundiendo todos los males por el orbe y la cerró justo cuando iba a
salir también la esperanza, con lo que la humanidad se vio sumida en una
realidad desgraciada. Como no salió la esperanza la existencia de todos los
hombres se convirtió en un drama.
Con este mito se quiere explicar cuál es el enigmático
origen del mal ¿Por qué si todos queremos el bien, sin embargo no lo hacemos?
¿por qué tantas veces hacemos el mal sin quererlo? ¿por qué lo que a unos les
perjudica a otros les beneficia? La caja de Pandora da una respuesta mítica
bien diferente del cristianismo, y mucho más negativa.
El mito de
Las Sirenas: Las Sirenas
son el prototipo de la seducción. Los cantos de sirenas son esas sugerentes
llamadas hacia algo muy atractivo, pero que conlleva la destrucción. Todos los
vicios se podrían definir como cantos de sirenas porque prometen mucho y en
realidad no dan nada, exigiendo de paso un sometimiento incondicional. Ulises,
sabiendo que iba a pasar con su nave cerca de la isla de las Sirenas, y
haciendo caso a la advertencia de Tiresias, ordenó a sus marineros que le
atasen al mástil del barco y que no pararan de remar hasta haber sobrepasado la
isla. Por si acaso, tanta era la precaución que se tomó que, reblandeciendo un
poco de cera tapó los oídos de los marineros para que no escucharan la
melodiosa voz de las Sirenas. Y es que Ulises conocía bien la debilidad de los
seres humanos que ceden fácilmente a la tentación que siempre se presenta
provocativa engañando fácilmente a todo aquel que, creyéndose valiente no toma
precauciones. Las Sirenas embelesaban a muchos con sus cantos para después
devorarlos y, Ulises, que imprudentemente no se había taponado los oídos, al
escuchar a las sirenas que le anunciaban que ya había llegado a Ítaca dónde le
esperaba su esposa Penélope, gritó a sus marineros para que le soltaran e hizo
lo imposible para desatarse, pero no lo consiguió. Y estos, al no oír nada,
franquearon el peligro. No hacen falta muchos comentarios para deducir que las
diferentes seducciones que a lo largo de la vida asaltan a los hombres, con
todo su atractivo, son cantos de sirenas; y todas las precauciones son pocas si
no se quiere terminar devorado por ellas. Pero ¿quién tiene la fortaleza de
atarse al mástil del barco o de taponarse los oídos con cera? ¿quién sabe
alejarse con decisión de las fascinaciones que llevan a la ruina?
Para determinar el comienzo de la filosofía, y por
tanto de la ética, suele decirse que ésta comienza cuando la humanidad da el paso
del mito al logos. Lo que esto quiere decir es que unos pocos hombres
comenzaron a no conformarse con la mitología para explicar el por qué de las
cosas, y buscaron sus causas naturales. Se debe añadir que filosofía y ciencia
no se distinguen en sus comienzos. Nacen a la vez cuando esos sabios pusieron
en duda esos relatos fantásticos y buscaron respuestas racionales naturales.
Si, por ejemplo, se ponía a llover y a tronar, esto no tendría que atribuirse
al enfado de unos dioses, sino a unas causas naturales que desde entonces se
investigan con mayor o menor éxito. Las predicciones meteorológicas fallan cada
vez menos. Las primeras teorías que esos filósofos aportaron pueden verse hoy
como rotundamente falsas y, sin embargo, ya no eran simplemente mitológicas. Si
por ejemplo, Tales de Mileto (639 – 546 a.C.) afirmó que todas las cosas
provenían del agua y a dicho elemento le atribuyó condición de origen del resto
de la naturaleza, en efecto, el filósofo se equivocó, pero su explicación
pertenece al ámbito de la ciencia y de la filosofía y no a la simple mitología.
Si sus discípulos rectificaron al maestro y trataron de exponer el origen del
mundo atribuyéndolo a otras causas, asimismo inciertas, también esas
explicaciones se revelaron erróneas, pero no eran tampoco mitológicas sino
científicas. No tuvieron otros medios para observar el mundo que les rodeaba
más que sus sentidos y su razón, y con esos medios, trataron de alcanzar alguna
verdad y consiguieron además sembrar la inquietud de seguir indagando. Los
primeros filósofos se ocuparon sobretodo de la naturaleza, y sólo mucho más
tarde de la antropología y consiguientemente de la ética.
El primer autor destacado que se ocupará del hombre,
de la ética, y consecuentemente de la política es Sócrates. Y ese interés por
la verdad sobre el hombre y sus respuestas le costará la vida a manos de sus
contemporáneos, los sofistas. Los sofistas eran considerados unos sabios
a los ojos de todos. Enseñaban retórica, el arte de convencer, como instrumento
para la política, y así, por las enseñanzas de Sócrates veían peligrar su
posición privilegiada. Pero Sócrates, una vez iniciado el camino de la razón y
de la objetividad no renuncia a buscar la verdad, el bien y la belleza, no para
unos pocos sino para todos. La mitología ha quedado ya como fabulación literaria
magnífica, pero falsa. Mucho mienten los poetas, dirá Aristóteles. Sin embargo,
no deberemos despreciar la mitología. Como hemos podido comprobar, la buena
literatura puede muy bien servir a la ética cuando aborda los temas humanos de
siempre. Y la mitología la consideramos desde hace tiempo, literatura,
literatura didáctica y moral en la mayoría de los casos.
Sócrates
(470 – 399 a.C.) ha pasado a la historia como un modelo de hombre íntegro que
prefirió morir antes que renunciar a sus ideas. Atenas le condenó a muerte
injustamente y él aceptó la sentencia con la conciencia clara de su inocencia.
Prefirió dar la vida como ejemplo de sometimiento a las leyes antes que huir de
la justicia o abdicar de su pensamiento. Sus amigos le facilitaron la huida
pero él rehusó y aceptó la muerte sin miedo. En la Apología de Sócrates,
su discípulo Platón relata el caso y la defensa que su maestro hizo de sí
mismo. Sócrates creía en la inmortalidad del alma y por eso no le importó dejar
esta vida dando muestra a sus discípulos de entereza moral. La historia, con muy
pocas excepciones, ha juzgado muy negativamente a los sofistas y encumbrado a
Sócrates.
En el fondo, su condena a muerte se debió al
enfrentamiento doctrinal que mantuvo con los sofistas que no soportaban oír a
Sócrates rebatiéndoles en el punto más vital de su pensamiento. La controversia
consiste en la búsqueda de la objetividad socrática frente a la subjetividad y
relativismo sofista. Dicho de otro modo, los sofistas pensaban que la ley la
hacen, caprichosamente, los hombres que ostentan el poder sin más referencias
y, en cambio Sócrates partía de la existencia de una ley natural que puede y
debe ser alcanzada racionalmente por cualquiera que haga el esfuerzo necesario
que todo trabajo intelectual conlleva. Los sofistas enseñan la retórica y
elocuencia necesarias para convencer, no de la verdad en la que no
creen, sino de lo que más convenga en cada momento. Sócrates quiere enseñar la
verdad.
Que sepamos, Sócrates no dejó nada escrito. Lo que
conocemos de este autor se lo debemos casi todo a su discípulo Platón, y alguna
referencia en los escritos de Aristóteles. Las obras de Platón son diálogos
entre varios interlocutores entre los que destaca Sócrates que lleva siempre el
peso de los argumentos, y la conclusión de los mismos. Podría pensarse que esto
es debido simplemente a un mero homenaje del discípulo hacia su maestro, pero
puede aventurarse la hipótesis de que esto se corresponde con el reconocimiento
de su pensamiento, que es fiel al de su maestro. Nunca sabremos completamente
qué es lo propio de uno y del otro y, sin embargo podemos establecer que el
intelectualismo ético es socrático y que Platón lo asumió enteramente.
El intelectualismo ético consiste en la
convicción de que para hacer el bien hay que saber lo que
éste es. Según esta teoría ética, el que sabe lo que es el bien, lo
hace necesariamente. Y al revés, si no se hace el bien es que no se percibe con
rotundidad lo que significa, es decir, no se hace uno cargo de lo que el bien
supone. Los que discuten este principio aducen que, en la práctica los hombres,
aún sabiendo lo que tenemos que hacer sin embargo no lo hacemos, y coligen de
ahí que por eso somos libres, y que en eso consiste la libertad. La cuestión no
es sencilla. Da la impresión de que la historia se desarrolla inconscientemente
contando con ese intelectualismo ético, cuando tanto se han esforzado los
hombres en la educación de las generaciones, una tras otra. Los Ministerios de
Educación de todos los países buscan la mejora en la enseñanza confiando en que
si los niños y jóvenes aprenden más, serán mejores y la sociedad avanzará en
todos los sentidos. Cuestión distinta será el contenido de los conocimientos
más convenientes, pero todos parecen estar de acuerdo en que saber más
es condición necesaria para ser mejores. Por vía negativa y con
otro ejemplo se puede llegar a la misma conclusión: en los establecimientos
penitenciarios se busca que los internos se formen, adquieran conocimientos
prácticos y se eduquen en valores para que no vuelvan a delinquir, es decir,
para que sean mejores. Y también por vía estadística se puede comprobar que
entre los internos de las cárceles abundan los que poseen una educación
deficiente o muy escasa. Así pues, la conclusión lógica del intelectualismo
ético es que los «ignorantes» hacen el mal, porque no saben lo que es «bueno».
Y la propuesta social que pretenden es mejorar el conocimiento a través de la
mejora en la calidad de la educación, manteniendo que así mejora la sociedad
necesariamente.
El
pensamiento ético de Platón (427 – 347 a.C.) como es comprensible, se deduce de
su antropología, es decir, de su concepción del hombre. Pero no tenemos ninguna
obra de Platón que trate selectivamente de este tema. Su ética la hemos de
entresacar de su filosofía que por lo demás está repartida de forma no
sistemática en sus escritos. Sus diálogos abordan diversos temas en forma
literaria, pero no es difícil apreciar el fondo de su pensamiento. Ha quedado
para los estudiosos de la filosofía elaborar la sistematización de sus ideas.
Para el filósofo griego el hombre está compuesto de
dos sustancias, el cuerpo y el alma. Esas dos sustancias son tan distintas como
la materia y el espíritu y lo insólito es que estén unidas siendo de naturaleza
tan diferente. De la misma forma que el agua y el fuego no se pueden combinar
por su distinta naturaleza, asimismo el cuerpo y el alma son irreconciliables y
no pueden llevarse bien. Uno prevalecerá sobre el otro. O bien el cuerpo manda
y entonces ahoga el espíritu, o bien, mandará el espíritu y entonces deberá
someter al cuerpo como un jinete ha de sujetar a su caballo, como sugiere el mito
del auriga[1]
que nos propone el filósofo griego. Para Platón, el cuerpo es la cárcel del
alma, pero ésta es espiritual e inmortal y, por el contrario, el cuerpo
material y compuesto. La muerte es claramente la escisión de ambas sustancias
y, mientras que el cuerpo se descompone al separarse, el alma escapa hacia otra
vida superior. También en esto Platón parece seguir a su maestro Sócrates. La
vida moral así entendida consistirá en el trabajo del hombre por liberarse de
la esclavitud material del cuerpo y ascender, con la sola inteligencia, al
mundo de las Ideas, mundo espiritual que le es familiar al alma. De esta forma,
el ateniense se declara contrario al hedonismo[2] porque supone que dar satisfacciones al
cuerpo y sus pasiones impide al alma elevarse hacia lo que le es propio, el
mundo eidético o de las Ideas. La virtud se entiende así como purificación,
como combate del alma contra el cuerpo, combate de lo espiritual que debe
imponerse a lo material. El alma desea la verdad que no se encuentra en el
sujeto sino más allá, en el mundo de las Ideas, pero el cuerpo tiene unas
necesidades materiales inevitables que ha de satisfacer. De esta manera para
Platón la falta de virtud se puede identificar con la ignorancia.
En La República, uno de sus más conocidos diálogos,
Platón nos habla de las virtudes principales que hacen referencia a las
distintas partes del alma. El siguiente cuadro es ilustrativo también para ver
la relación entre ética y política:
Partes del alma:
|
Racional
|
Irascible
|
Concupiscible
|
Virtudes:
|
Prudencia/ Sabiduría
|
Fortaleza
|
Templanza
|
Situación:
|
Cabeza
|
Tórax
|
Vientre
|
Carácter:
|
Inmortal
|
Mortal
|
Mortal
|
Política:
|
Filósofo - gobernante
|
Guardianes
|
Pueblo llano
|
La prudencia racional marca al individuo lo que debe
hacerse, pero hace falta la fortaleza y la templanza para llevarlo a cabo. El
ejercicio constante de esas virtudes hace al hombre y a la ciudad, felices. Si
individualmente los hombres consiguen la virtud y con ella la felicidad,
también la ciudad, la polis lo será. La virtud que parece faltar, la justicia,
es virtud social y consiste precisamente en dar a cada uno lo suyo, lo que
significa que cada miembro de la ciudad cumpla su papel y no se trastoque el
orden que Platón considera natural: el gobernante deberá gobernar
prudentemente, el guardián cumplirá con moderada fortaleza las órdenes del
filósofo gobernante y el pueblo llano mantendrá su vida con templanza, es
decir, con moderación de los placeres sensibles. Si el orden se invierte y por
ejemplo quisiera gobernar un mero guardián, no lo haría con prudencia y por
tanto gobernaría mal. Mucho menos, si gobernara alguien del pueblo llano no lo
podría hacer bien, puesto que no conoce la Idea de Bien y por tanto no está
capacitado para saber qué es lo que más conviene hacer en la práctica. Según el
pensamiento platónico, la política va ligada a la ética, lo que significa que
el estado ha de organizar las cosas para que la educación selectiva ponga a
cada uno en el lugar que le corresponde, según el nivel de conocimiento que
alcance. Si el intelectualismo ético es verdadero, el filósofo gobernará
teóricamente bien pues conoce la verdad de la Idea de Bien. Para Platón, solo
es filósofo el que conoce la Idea de Bien.
Discípulo de
Platón, Aristóteles (384 – 322 a.C.) se aparta un tanto del maestro en su
filosofía, pero sin embargo su ética se basa asimismo en las virtudes. La obra
principal en la que desarrolla su pensamiento moral es la Ética a
Nicómaco que dedica precisamente a su hijo, que así se llamaba. La
ética de Aristóteles suele reconocerse como una ética eudaimonista. Eudaimonía
es una palabra griega que puede traducirse por felicidad pero el significado
etimológico es un tanto distinto: la partícula «eu» significa en griego «bueno»
y «daimon» demonio. No obstante, el uso que se hace de demonio no es de
la encarnación espiritual del mal, sino que más bien debe ser traducido por
ángel, suerte… . Tener buen ángel es ser feliz entendiendo por felicidad un
estado extremadamente difícil de lograr, algo que no consiste en ser medio para
otra cosa, sino que precisamente es fin. Y el fin es el bien, que es lo
que todos quieren conseguir. El fin último del hombre es desde luego, el bien,
la felicidad. Teóricamente cuando se logra la felicidad ya no se quiere nada
más y, en cambio, Aristóteles percibe con claridad que la mayoría de los bienes
que suelen perseguirse, siempre se pretenden como medios para conseguir algo
que se valora todavía más. Si, por ejemplo, decimos que queremos terminar los
estudios y con eso seremos felices, probablemente no estamos siendo sinceros
porque una vez lograda esa meta, en seguida queremos otra, como por ejemplo
lograr un buen trabajo, y luego otra más, como por ejemplo casarse. Al final de
esa larga cadena está la consabida felicidad, el fin último del hombre.
El hombre es un ser eternamente insatisfecho y sus
deseos tantas veces mayores que sus posibilidades. Para Aristóteles, la ética
es una reflexión práctica encaminada a la acción. Pero para cada ser debe
desarrollar los actos que le hagan cumplir lo que le es propio, según su
naturaleza. La naturaleza de los peces, por ejemplo, les permite a la
vez que les obliga, a nadar y a vivir en el elemento líquido que le es propio.
Si los apartas de su lugar natural, mueren. De la misma manera, el hombre posee
una naturaleza exclusiva y sus acciones deben ser fieles a ella. Pero, nadie
discute que lo más propio del hombre es su racionalidad, luego su conducta más
genuina será pensar. De esta forma, el autor griego postula la necesidad que el
hombre tiene de pensar antes de hacer, y a eso le llamará fronesis,
prudencia, y consecuentemente, eso es lo que tiene que hacerle feliz. Actuar
prudentemente llevará pues a la felicidad. Desde luego, también percibe
Aristóteles que el hombre no es sólo entendimiento pues posee un cuerpo
material. De ahí que postule asimismo otras virtudes menores, propias del
cuerpo, que no hay que despreciar.
Aristóteles está de acuerdo con Platón en señalar a la
prudencia como la virtud fundamental. La prudencia es una virtud intelectual
que señala siempre con suficiente precisión lo que debe hacerse y marca convenientemente
el punto medio entre el exceso y el defecto del resto de las virtudes. Le llama
asimismo virtud dianoética porque entiende que la prudencia es la expresión de
la racionalidad práctica. A las demás virtudes les llamará virtudes éticas o
morales y en todas se destaca el hecho de ser hábitos, lo cual quiere decir que
no basta realizar actos valiosos pero aislados, sino que hay que lograr la
costumbre de hacer el bien continuamente. De ese modo, el hombre virtuoso es
feliz porque se sabe dominador de sí mismo.
Hedonismo es
una palabra procedente del griego «hedoné» que significa «placer». Según
esta teoría ética, los hombres buscan el placer en todos sus actos y eso sería,
para los seguidores de esta teoría, lo bueno. Pero hedonistas los hay de muchos
tipos. Para algunos, el placer es algo meramente sensible con el que el cuerpo
se asegura la supervivencia individual; y comprenderían los placeres de la
comida y la bebida; pero también la supervivencia de la especie lleva
aparejados placeres fuertes derivados de la sexualidad. Otros hedonistas,
superando ese primer nivel puramente fisiológico, dirían que los placeres son,
además de los anteriores, otros más elevados como la fama, el dinero o el poder
o incluso mucho mejor, todos juntos. Una ética hedonista más profunda
estudiaría los placeres y trataría de investigar una posible jerarquía de los
mismos, procurando definir cuáles son preferibles. De esta forma se llevaría a
cabo una clasificación de placeres según su carácter.
Epicuro de Samos (341 – 270 a.C.) es el filósofo de la
antigüedad que más teorizó sobre el hedonismo. Fundó su escuela en Atenas en un
jardín. Epicuro ha sido en ocasiones muy mal interpretado. Es cierto que este
autor defiende que es el placer el más elevado objetivo que el hombre ha de
perseguir de cara a la felicidad, pero se suele pasar por alto la distinción y
clasificación que hace de los placeres existentes. Explica Epicuro cuáles son
preferibles y llega a la conclusión de que el placer hay que entenderlo más
bien de modo privativo, es decir, como ausencia de dolor. Lo que, en último
término hay que lograr es la ataraxia[3], la tranquilidad de espíritu, que sería
el mayor placer posible.
Una primera distinción que Epicuro establece es entre
placeres sensibles y placeres espirituales. Y opina que son preferibles los
segundos respecto de los primeros. Los placeres intelectuales son mejores y de
más calidad que los materiales y corporales. Esa primera discriminación no la
debieron tener en cuenta muchos de los discípulos que justificaban ciertas
bacanales organizadas en su memoria. Por ejemplo, el poeta romano Horacio,
llegó a lamentarse porque, según comentó, en su juventud fue un puerco de la
piara de Epicuro.
En concreto Epicuro distingue entre placeres naturales
y necesarios, los cuales hay que satisfacerlos; placeres naturales
innecesarios, los cuales hay que limitarlos y los que no son ni naturales ni
necesarios, los cuales hay que esquivarlos. Entre los placeres naturales y
necesarios Epicuro pone el ejemplo de comer, beber, vestirse y descansar. Entre
los naturales innecesarios el filósofo griego incluye las variaciones
superfluas de los anteriores, como comer caprichosamente o beber licores y
vestirse de manera lujosa. Y entre los placeres que no son necesarios ni
naturales se encontrarían todos los nacidos de la pedantería humana como el
deseo de enriquecerse, de obtener poder u honor a toda costa, etc.
Tabla de posibles placeres
según epicuro
|
|||
PLACERES
|
Naturales y necesarios
|
Naturales innecesarios
|
No naturales e innecesarios
|
¿QUÉ HAY QUE HACER?
|
Satisfacerlos
|
Limitarlos
|
Esquivarlos
|
EJEMPLOS
|
Comer, vestir, descansar
|
Comer caprichosamente, beber licores, vestir con
lujo
|
Riquezas, poder y honor
|
El
estoicismo debe su nombre a la Stoa (Pórtico) de Atenas una escuela filosófica
donde se reunían sus partidarios por los años 300 a. C. con Zenón de Citio (333
– 264 a.C.) hasta el emperador romano Marco Aurelio (121 -180 d.C.) y también
Séneca (4 -65 d.C.) estaría incluido dentro de ella. Vivir conforme a la
naturaleza es el principio estoico por excelencia. Esta escuela buscaba la
mejor manera de vivir dentro de una naturaleza interpretada de modo materialista.
La ética que se desprende de la doctrina «física» del destino es de una cierta
apatía interpretada como desapego por todo lo que ocurre. Una ausencia de
afección como aproximación a la felicidad. Las cosas que ocurren no me deben
afectar y de hecho no me afectan si no quiero. No puedo dominar lo que ocurre
fuera de mí, no soy capaz de dominar a la naturaleza física, pero sí me puedo
dominar a mí mismo, si me ejercito en ello. El dominio de uno mismo constituye
el reto estoico a tener en cuenta. Tomando como punto de partida la fatalidad
de la naturaleza no podemos provocar que ocurra lo que deseamos. Vistas así las
cosas, la felicidad consistiría en liberarnos de los deseos, puesto que son los
deseos insatisfechos los que provocan en el hombre la infelicidad. La
conclusión que se sigue necesariamente será eliminar los deseos del hombre. El
hombre puede conocer lo que le pasa en su interior y esa introspección[4]
es el trabajo que debe tomarse para ser feliz, hasta dónde se pueda. Para estos
autores, el placer no podría ser considerado nunca un fin en sí mismo, -algo
que debiera buscarse-, sino más bien un resultado, es decir, algo que acompaña
a ciertas actividades susceptibles de ser en sí mismas buenas o malas.
Las pasiones alejan al hombre de la felicidad porque
le provocan desasosiego y le hacen perseguir bienes materiales la mayoría de
las veces imposibles. Según Crisipo las pasiones son de cuatro tipos:
·
el dolor ante el mal presente,
·
el temor ante el mal futuro,
·
placer ante el bien presente y
·
deseo ante el bien futuro.
Con la razón el hombre debe lograr la indiferencia
ante los bienes exteriores y conseguir la virtud interior. Todo lo que no sea
virtud ni vicio no será tampoco ni malo ni bueno. De esta forma, por ejemplo,
la salud, la enfermedad, la riqueza o la pobreza si no son debidos a virtud o
vicio nos deben dejar indiferentes, pero para distinguir bien estos asuntos es
necesario aplicar bien la razón, la sabiduría moral. Las virtudes que los
estoicos consideran cardinales, es decir fundamentales, son las conocidas:
prudencia, fortaleza, templanza y justicia.
Otra consideración interesante de raíz estoica es que,
como todos los hombres poseen la misma razón, sólo puede haber una sola ley y
una sola patria. El estoico es ciudadano del mundo y no de ningún estado
particular. A esta postura política suele llamársele cosmopolitismo.
Dice José
Ramón Ayllón en su Introducción a la Ética que: «El
cristianismo no es una ética, pero la revolución religiosa que origina tiene,
como gran efecto secundario una extraordinaria revolución ética»[5].
La ética cristiana supone, en efecto, mucho más que unos principios o
reglas sobre la conducta humana. El cristiano debe saber que la ética que
debe practicar consiste en imitar a una persona, a Jesucristo, que dio la vida
por amor de los hombres. Ese Amor no tiene medida, es un amor desmedido hacia
cada uno de los hombres. Pero ante la dificultad o más bien imposibilidad de
lograrlo se alza la promesa del mismo Redentor que asegura que lo que es
imposible a los hombres es posible para Dios[6]. En otras palabras, que el cristiano ha
de contar con la gracia, con el favor de Dios sin el cual no podemos hacer
nada[7].
La ética cristiana puede resumirse en el Sermón de la Montaña, lo cual hace ver
que no se trata de una ética de mínimos sino de máximos. La propuesta que
Jesucristo hace a sus discípulos en el Sermón de la Montaña es verdaderamente
exigente, por no decir, utópica. Lo que se le pide al cristiano es superior a
sus posibilidades, por eso se requiere el auxilio del mismo Dios, de su gracia.
Dios ayuda al cristiano. El cristiano puede contar con el favor de Dios, con su
auxilio para vivir con la exigencia sublime de superar el egoísmo. Por ejemplo,
el mandamiento nuevo del amor, es modelo del empeño que debe seguir un
cristiano: Amaos unos a otros como Yo os he amado[8]. Claramente ello implica dar la vida, o
por lo menos estar dispuesto como Jesucristo que afirma que nadie tiene amor
más grande que el que da la vida por sus amigos[9]. Y para eso hay una condición
indispensable que el mismo Jesucristo enseña: negarse a uno mismo[10]
porque, en efecto, si hay que seguir al Salvador y tomar la Cruz, eso no puede
hacerse con facilidad. Es imprescindible acabar con el egoísmo. Ya avisa el
nazareno: porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que
la pierda por Mí y por el evangelio, la salvará[11]
Hay una cuestión añadida que necesariamente hay que
indicar: así como los filósofos han aportado sus teorías tratando de aportar su
granito de arena en la búsqueda de la verdad, el cristianismo, o mejor, el
mismo Jesucristo sostiene que Él es la Verdad, además de Camino y Vida[12].
Ningún filósofo se ha atrevido jamás a decir algo así y de forma tan
tajante. Una de dos: o Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios y por
tanto capaz de hacer semejante afirmación, o no lo es y entonces…. Pero
Jesucristo no es sólo portador de ideas atractivas, Jesucristo «encarnó»
esas ideas y por eso tuvo y sigue teniendo sus testigos. La palabra «mártir»
significa precisamente «testigo». Los mártires fueron capaces de afrontar la
muerte violenta, como el mismo Jesucristo, porque fueron testigos de sus
enseñanzas, pero sobretodo de su vida, muerte y de la resurrección sin la cual,
nada tendría sentido. La fragilidad de tantas propuestas filosóficas se cambia
en el cristianismo por la seguridad de la fe. Además de los motivos clásicos de
credibilidad, la fe es razonable también porque a tal Testigo se le puede y
debe seguir. Pero para eso, esa fe ha de estar acompañada de unas obras
coherentes con ella, es decir, una respuesta ética. Repetimos, el cristiano no
se enfrenta él solo ante el problema ético. Jesucristo va Él mismo por delante,
le acompaña porque no sólo es Verdad, sino Camino moral, y Vida
de gracia.
Por otra parte, los diez mandamientos de la antigua
ley mosaica se resumen en la novedad evangélica en dos reglas básicas que no
son propiamente obligaciones onerosas sino compromisos de amor: «ama a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo». Precisamente San
Agustín llegará a describir la libertad del cristiano con una sencilla
propuesta ética: ama y haz lo que quieras. Y es que el que ama, hace el
bien necesariamente y lo hace libremente.
Los autores medievales que reflexionaron más sobre la
teología cristiana y le dotaron de una base filosófica fueron probablemente San
Agustín (354- 430) y Santo Tomás de Aquino (1224- 1274). San Agustín en el
siglo IV contó con el platonismo tomado de un autor llamado Plotino. Santo
Tomás, conocedor del platonismo, tiene noticias sin embargo de Aristóteles a
través de los árabes afincados en la península ibérica. No obstante, al
sospechar que el Aristóteles que le llegaba por esa vía pudiera estar mal
traducido o interpretado buscó a un compañero dominico que le tradujera
directamente del griego al latín las obras del estagirita[13].
Las Confesiones, y La Ciudad de Dios de San Agustín, fueron dos
obras que influyeron muy positivamente en el pensamiento posterior. En la
primera, San Agustín relata su camino de conversión desde el paganismo y
maniqueísmo[14]
y reflexiona sobre algunas teorías filosóficas de su tiempo. La ética que se
trasluce en esta obra autobiográfica es muy personal. Parte de que Dios ilumina
la conciencia de todos los hombres para que estos le reconozcan en su interior:
«Tú me buscabas fuera, y Yo estaba dentro de Ti»[15]. Y otra cita célebre: «Nos has hecho
Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en Tí[16]».
Así pues, San Agustín comprende que las buenas acciones que el hombre está
capacitado para llevar a cabo, en realidad están sugeridas por Dios mismo, que
le ilumina desde el interior. Pero hay que seguir esas indicaciones. El hombre
es libre de seguirlas o no, y de esta manera es capaz de lo mejor y de lo peor.
El problema del mal es abordado por San Agustín de
forma magistral. El mal no tiene entidad; es negatividad, ausencia de bien. De
alguna forma el mal está emparentado con la nada, pero la nada no es y por lo
tanto el mal reside en un bien mayor, igual que la enfermedad (mal) reside en
un ser humano (bueno). El enfermo es un ser humano al que le falta la salud
pero sigue poseyendo otras muchas cualidades. Y el mal físico no es el peor,
para San Agustín puesto que el pecado, mal moral, es la verdadera ignominia y
la causa de los mayores desastres de la humanidad. Pero San Agustín supera el
problema por elevación. El “Ama y haz lo que quieras” es una propuesta tan
sencilla, como clara y exigente. En el amor se resume la vida ética cristiana.
Sabe muy bien San Agustín que el que ama ya hace después todo lo que tiene que
hacer y mucho más, porque el amor no se contenta con cumplir. Es excesivo
y gratuito por sí mismo.
La Suma Teológica es el resumen de doctrina
católica que Santo Tomás legó a la posteridad y constituye, todavía hoy,
una obra de referencia en muchos puntos, tanto de teología dogmática como
moral, y siempre de obligada consulta. Como es sabido, la teología requiere de
una filosofía básica para desarrollarse y, en este caso, esa filosofía es la
aprendida fundamentalmente de Aristóteles y desarrollada por el propio Aquinate[17].
En cuestiones morales sigue pues básicamente la Ética a Nicómaco, si
bien añade la gracia como ayuda sin la cual no se pueden desarrollar las
virtudes, no sólo las sobrenaturales, como es lógico, sino también las
cardinales. El cristiano debe contar con la ayuda de Dios que recibe a través
de la gracia. Esa gracia le viene por el canal de los sacramentos y la oración
y requiere verse acompañada por la acción libre del sujeto. Esa gracia, más la
correspondencia a dicha gracia que es la lucha ascética cristiana, hace al
hombre santo, es decir, sagrado, escogido por Dios como colaborador libre de la
redención de todos los hombres. Dios llama a todos sus hijos a seguir sus pasos
mediante la fe, y las obras que confirmen dicha fe.
Bibliografía:
SANCHEZ VAZQUEZ, ADOLFO ÉTICA
Editorial Grijalbo, S. A. (1ª ed., México, 1969) México, 1974, 10ª ed., 239 pp.
https://sites.google.com/site/eticacivica4oeso/ud-4-historia-de-la-etica-filosofia-antigua-y-medieval
https://www.nodo50.org/filosofem/IMG/pdf/etica1c.pdf#page=1&zoom=auto,-178,848
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